La vida

Se trataba de un hombre que había llegado a ser extraordinariamente rico; cuando alcanzó la edad de cuarenta años decidió donarlo todo y quedarse sólo con lo suficiente para vivir tranquilamente el resto de su existencia. Ya no tenía interés por viajar, porque había comprobado que el viaje más fructífero era el que le conducía a su propio ser.

Era por igual amable y cordial con todo el mundo, si bien a nadie se acercaba ni a nadie evitaba. Si le hablaban, contestaba; si nada le decían, guardaba silencio. Su vida era sencilla y simple, pero a la vez siempre diferente, porque no dejaba de aprender del arie, del agua, de las flores y de su propia presencia de ser. No se apresuraba, porque no había adonde ir, puesto que ya había llegado. Nada le agitaba, porque había superado los apegos. Gozaba de un excelente sentido del humor y nunca se perturbaba. La gente le veía ir y venir, a todos lados y a ninguna parte en concreto. De vez en cuando, compraba algunas confituras y se las ofrecía a los demás, proque le gustaba hacer regalos.

Cierto día, un curioso se le acercó y le preguntó:

- Tú que has renunciado a tantas cosas, ¿en qué crees?

Sus labios esbozaron una divertida sonrisa y repuso con serenidad:

- El sol sale, el sol se oculta. En eso creo.

Estupefacto, el desconocido preguntó:

- ¿Sólo en eso?

Y el hombre de forma imperturbable repuso:

- ¿Y te parece poco?

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