Era un sabio que predicaba lo vacuo e insustancial de todo lo existente e insistía en que todo era ilusorio y en que había que contemplarlo todo como transitorio para desarrollar la visión correcta y el desapego.
Un día unas fiebres malignas se llevaron a su único hijo. El sabio comenzó a llorar y sus lágrimas anegaban su apenada tez, y sus seguidores le dijeron:
- Venerable maestro, pero si siempre nos has dicho que el mundo es ilusorio.
- Y así es, queridos míos, pero ¡es tan doloroso perder un hijo en un mundo ilusorio!
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