Salomón y el Ángel de la Muerte

Un día entró un hombre corriendo en la sala del juzgado de Salomón. Estaba tan pálido que hasta sus labios habían perdido color. Se lo veía muy angustiado. “¿Qué ha pasado?”, le preguntó Salomón.


“Me topé con Azrael (el ángel de la muerte), y me miró muy enojado; en sus ojos brillaba una mirada siniestra”, contestó el hombre, temblando.

“Bien. Pero, ¿qué puedo hacer por ti?”, preguntó Salomón, “habla”.

El hombre dijo: “Oh, gran protector, ordena que el viento me transporte rápidamente a Indostán, tal vez, si me alejo de aquí pueda salvarme”.

Salomón, que en su interior deseaba lo mejor para su súbditos, ordenó que el viento lo transportara suavemente sobre las aguas hacia la India, llegando allí la misma noche.

Al día siguiente, en el juzgado, durante la sesión de la corte, Salomón se dirigió a Azrael, diciendo: “¿Por qué amenazaste ayer con la mirada a un buen hombre? ¡El pobre se asustó tanto que se vio forzado a alejarse de su hogar!”.

Y Azrael contestó: “¿Amenazarlo?, ¿yo?, ¡¡no lo amenacé!!, me asombró profundamente verlo aquí, ya que Dios me había encomendado que hoy tomara su alma en Indostán. Quedé perplejo porque, aunque el hombre tuviera cientos de alas, ¿cómo haría para llegar en tan poco tiempo a un lugar tan lejano como la India?”.

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