Los dos banquetes

En Bagdad había dos visires al servicio del califa. Ambos eran de un gusto exquisito y de un esplendor insuperable, al punto que no había acuerdo acerca de cuál de los dos era más refinado. Los cortesanos pidieron al califa que los probara. Él consintió y estableció como criterio que cada uno de los visires debía organizar un banquete. El que lograra realizar el banquete más elegante sería proclamado como la mayor autoridad en refinamiento y etiqueta.


Llegó el día del primer banquete: al entrar en la sala se percibía inmediatamente la perfección. No había nada fuera de lugar. La selección de los invitados, la calidad del menú, la decoración del lugar y su iluminación, todo era insuperable. Se recitaron bellos poemas, la música era subyugante, la danza amena, la conversación amistosa pero edificante, por momentos erudita pero siempre osada. Todo era tan perfecto que resultaba imposible imaginar una mejor presentación. El competidor parecía vencido de antemano. Hubo quienes hablaban ya de su evidente fracaso. Otros se atrevieron a alabar al que ya consideraban vencedor.

Al cabo de un mes, llegó la fecha del banquete del segundo visir. Al principio la curiosidad era tremenda, luego hubo una gran sorpresa y finalmente una profunda desilusión. La sorpresa y la desilusión tuvieron origen en la naturaleza del segundo banquete: era idéntico, punto por punto, al anterior. Los mismos invitados, la misma decoración e iluminación. Una repetición. Se recitaron los mismos poemas. Se escuchó la misma música y la conversación se repitió también. Los invitados, al principio sorprendidos y frustrados en sus expectativas, no podían dejar de criticar el plagio pero, finalmente, se dedicaron a gozar de la velada.

Al cabo de un corto tiempo el califa anunció que el banquete en curso era el ganador. “Que la bendición del Señor acompañe por siempre a su realizador, igual que siempre lo acompañará nuestra apreciación del excepcional momento que nos ha hecho vivir y que nunca olvidaremos”, dijo.

Los presentes, asombrados, no reaccionaron. ¿Y si el califa estaba expresándose con ironía? Esta suposición era probable y, en realidad, era la única explicación posible.

Finalmente, el primer visir se adelantó, instado por algunos amigos, y exclamó: “¡Oh, califa ilustre y amado! Debido a tu pródiga justicia quizás hayas querido reír de la impertinencia del generador de este banquete o tal vez debido a tu ilimitada sabiduría has visto lo que nuestros ojos no han podido percibir. Apelo a tu inmensa generosidad para que aclares este asunto y nos des las razones de tu elección”.

Y el califa respondió: “En realidad, no sé qué decir, porque la razón es sutil y está más allá de toda explicación. Casi hemos olvidado el momento vivido un mes atrás. Ahora, el arte de este visir, mediante una repetición casi onírica, ha restituido la magia desaparecida, el perfume que ya casi se había evaporado ha podido ser nuevamente percibido. Lo que ocurrió aquella noche, ocurrió. Pero el reflejo que presenciamos esta noche es un verdadero acto de recreación: este reflejo ha tocado y ha vuelto a encender el flujo de nuestra felicidad en su espontánea perfección. Además, nos ha aportado tres nuevos tesoros: el recuerdo, el reconocimiento y la victoria de la aniquilación del pasado. ¡No hay éxito más dulce que éste!”.

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