Era un anciano, tan anciano que ni siquiera recordaba su edad; pero mantenía la conciencia clara como un magnífico diamante, aunque su rostro estaba tan arrugado que parecía un pergamino y su cuerpo era ya como el de un frágil colibrí.
Estaba sentado apaciblemente debajo de un árbol, cuando llegaron algunos jóvenes con inquietudes y viéndolo tan viejo y sereno supusieron que tendría mucho conocimiento en su interior, y le preguntaron:
- Hemos oído que eres de una inquebrantable serenidad. ¿Cómo has vivido para ello?
- Con lucidez y compasión; pero algo más, queridos míos; he vivido siempre de intante en instante. Si es el momento de la comida, como; si lavo los utensilios, lavo los utensilios; si doy un paseo, estoy en el paseo, y si me muero, me muero.
Y se murió.
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