Dios convocó a cuatro almas prontas a reencarnar y se dirigió a ellas para preguntarles:
- Bien, amigas, ¿qué deseáis para vuestra próxima existencia terrenal?
Una de las almas, antes que se le adelantara cualquiera de sus otras tres compañeras se apresuró a decir:
- Quiero nacer en una familia muy rica y poder así disponer toda mi vida de una enorme fortuna y darme toda clase de placeres.
Otra de las almas mientras escuchaba a la primera, casi sin dejarla terminar solicitó:
- Deseo tener la posibilidad de viajar constantemente, conocer los lugares más hermosos de la tierra, sus gentes y sus costumbres, pero sin pasar penurias, ni hambre, quiero hacerlo a todo tren y con toda clase de lujos.
La tercera alma ansiosa por hacer su petición, declaró:
- Señor, quiero ser una persona muy poderosa. Anhelo ser reconocida por todo el mundo; quiero ser famosa e influyente y, sí, tener mucho, mucho poder.
Aún quedaba un alma que todavía no se había pronunciado. Se hizo un silencio cósmico, sin tiempo, indefinido. Dios miró a los ojos del alma que todavía no se había expresado, y con solo mirarla le preguntaba al mismo tiempo. Finalmente, ésta dijo:
- Señor, no quiero nada en especial. Ni deseo ser rica, ni viajar constantemente ni tener fama e influencias; nada de eso quiero.
Las otras tres almas, extrañadas y maliciosamente sonrientes, sé miraron entre sí, pensando todas al unísono, ¿que querrá nuestra compañera?, ¿qué otra cosa se puede tener en la vida terrenal que dinero, viajes y poder?
- Sólo quiero, señor, que me des una mente que pueda disfrutar de lo poco o mucho que tenga; una mente que sea amiga, y siempre me sepa orientar haciéndome consciente que la felicidad no es para el que más tiene, sino para el que menos necesita.
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