En el más seco de los desiertos, hay, sin embargo, un fondoso oasis, la gente se queda muy extrañada ante este milagro de la naturaleza, pero la realidad tiene su justificación.
Había un hombre que se ejercitó hasta convertirse en un gran atleta. Practicaba el salto con pértiga y como herramienta para el salto y así cruzar los ríos que entonces inundaban lo que ahora es desierto, utilizaba una rama de árbol.
Era tal la maña y agilidad que tenía en esta modalidad atlética, que nadie era capaz de superarlo, y esto hacía que se volviese orgulloso de sus hazañas. Cada vez que vencía a sus adversarios, más soberbio se volvía. Había hecho correr la noticia de que entregaría diez monedas de oro a quien le derrotase y fuese capaz de saltar más que él.
Los que se le enfrentaban, siempre perdían. Desafiaba a unos y otros y la competición se había convertido no sólo en su modo de vida, sino en una obsesión.
Un amigo que tenía desde la infancia le aconsejaba contínuamente, porque por encima de la soberbia está la amistad.
- Debes acabar con esto. El afán por competir te está consumiendo.
Un día dijo:
- Te haré caso, pero lo voy a intentar una última vez. Hay un gran río y quiero celebrar una prueba más, la que me consagrará durante todos los tiempos, ya que sólo yo podré saltarlo con la pértiga. Y si alguien me vence, le daré la mitad de mi fortuna.
Se convocó la prueba. Fueron compitiendo todos los atletas, y todos sin fortuna, pues ninguno conseguía rebasar el río. Cuando le llegó el turno a nuestro hombre, éste corrió con todas sus fuerzas, clavó la pértiga en el centro del río, haciendo palanca en una roca saliente, y saltó con su acostumbrada habilidad. Pero la rama que servía de pértiga se quebró y el atleta perdió el equilibrio, con tan mala suerte que en su caída fue a golpearse en la cabeza con la roca saliente del río, muriendo al instante.
Allí yacía la rama anclada junto a la roca, y el cuerpo sin vida del soberbio atleta. De repente sucedió el milagro, y de la rama rota brotaron más ramas, creándose un oasis maravilloso. El amigo absorto por lo sucedido, angustiado por la caída y afligido por la fatal pérdida de su amigo, decidió convertirse en guarda del oasis, velando así por el alma no tan soberbia de su amigo.
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