Se cuenta que una noche, un famoso anticuario conocido por su valía profesional y por las riquezas que acumulaba, volvió a su casa muy preocupado, después de haber estado comprando en el mercado de antigüedades que anualmente se celebraba en la ciudad vecina a la que el anticuario habitaba. En una ocasión se produjeron robos durante esos días de feria y el hombre de nuestra historia iba pensando en tono tremendista que, como siempre, habrían llegado ladrones disfrazados de mercaderes.
Mientras hizo un repaso de las mercancías compradas, recordó haber dado demasiados datos de su propia casa, y se autoculpó por ser tan descuidado ya que con seguridad, pensó, la feria estaba repleta de ladrones investigando sobre las casas de los alrededores con objetos valiosos en su interior. En ese momento pensó en llamar a su hijo para que le hiciera compañía durante los días de la feria pero pronto descartó tal idea dando por hecho que su hijo se reiría de sus temores, ya que es bien sabido que, los jóvenes de su edad son incapaces de ver más allá de sus propias necesidades.
Con estos pensamientos en su cabeza, el anticuario se acostó y al rato sus vecinos le vieron correr asustado y dando gritos:
- ¡Al ladrón, al ladrón!
La gente se acercó a él y, cuando estuvo un poco más calmado le preguntaron:
- ¿Dónde está el ladrón?
- En mi casa.
- ¿Lo viste?
- No
- ¿Notaste algo en falta?
- No
- ¿Cómo sabes entonces que había un ladrón?
- Estaba acostado en mi cama cuando recordé que los ladrones entran en las casas sin hacer ruido alguno y se mueven muy silenciosamente. No se oía nada en ese momento, así que me di cuenta que había un ladrón en la casa...
- ¿Por qué me miran con esa cara de asombro? ¿Acaso no está claro lo que estoy diciendo?
Cuento chino
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