Cuando Alejandro Magno quiso ser Diógenes

Al oír hablar sobre Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo, este afán hizo que viajase hasta Corinto, un día en que el filósofo estaba acostado tomando el sol, y de este modo Alejandro llegase ante él.


Diógenes se percató de la presencia de aquel joven espléndido, principalmente porque alguien le tapaba la calidez del sol. Levantó la mano a modo de comprobación y, efectivamente, el sol ya no se proyectaba sobre su cuerpo. Apartó la mano que se encontraba entre su rostro y el del extraño y se quedó mirándolo.

Alejandro, ante el silencio existente entre ambos se dio cuenta que era su turno de hablar y pronunció:

- "Mi nombre es Alejandro El Grande”. Pronunció esto último poniendo cierto énfasis ¡¡¡EL GRANDE!!!si bien parecía más aprendido que creido. Alejandro Magno era conocido en la polis así como en toda la Magna Grecia.

- "Yo soy Diógenes el perro”, respondió el filósofo.

Hay quienes dicen que retó a Alejandro Magno con esta frase, pero es cierto también que en Corinto era conocido como Diógenes ¡¡¡el perro!!!

A Diógenes no parecía importarle quien era, o quizás no lo sabía.

El emperador recuperó el turno de la palabra y dijo:

- "He oído de ti Diógenes, de quienes te llaman perro y de quienes te llaman sabio. Me place que sepas que me encuentro entre los últimos y, aunque no comprenda del todo tu actitud hacia la vida, tu rechazo del hombre virtuoso, del hombre político, tengo que confesar que tu discurso me fascina".

Diógenes parecía no poner atención en lo que su interlocutor le comunicaba. Más bien comenzaba a mostrarse inquieto. Sus manos buscaban el sol que se colaba por el contorno de la figura de Alejandro Magno y cuando su mano entraba en contacto con el cálido fluir, se quedaba mirándola encantado.

- “Quería demostrarte mi admiración", continuó el emperador. "Pídeme lo que tú quieras. Puedo darte cualquier cosa que desees, incluso aquellas que los hombre más ricos de Atenas no se atreverían ni a soñar".

- Diógenes, aún más inquieto por recuperar la calidez del sol dijo: “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad y también es cierto que solo tú puedes darme esa satisfacción”

Dicen que esta fue la primera ocasión en que Alejandro El Grande se apartó de su objetivo, si bien nunca esto se consideró una derrota, sino más bien una victoria, la que le permitió seguir conversando y aprender de la inmensa sabiduría de Diógenes ¡¡¡El Perro!!!
 
Más tarde, de vuelta a sus caballerizas, Alejandro comentó a sus generales: "Si no fuera Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes".

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