El día que su hija nació, en verdad no sintió gran alegría, la decepción que sentía parecía ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener hijo. Él quería un hijo varón.
En pocos meses se dejó cautivar por la sonrisa de su hija, por la limpieza de su mirada, por la necesidad que alguien la arropara, fue entonces cuando empezó a amarla con locura, su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de su pensamiento. Todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes, todo sería para su hija.
Pasó el tiempo, la niña creció, y una tarde en el jardín de la casa donde se encontraba la niña y su padre iniciaron al siguiente conversación:
- Papi, cuando cumpla quince años... ¿Cuál será mi regalo?
- Pero mi amor si apenas tienes diez añitos... ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?
- Bueno papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.
Y efectivamente el tiempo pasa volando, tanto que la hija pronto, o no tan pronto, pero lo cierto es que la hija entró en la adolescencia, y ya cumplía los catorce años, era la mujercita de la casa, y principalmente el sol que iluminaba a su padre.
Un domingo, temprano, cuando la familia se dirigía a casa de los abuelos dando un pequeño paseo por el parque, la niña tropezó con algo, y cuando estaba a punto de caer al suelo su padre la agarró, consiguiéndola abrazar en el aire evitando que se lastimara. No se le dio más importancia a ese suceso, pero cuando llegaron a casa de los abuelos, observaron que la niña estaba muy pálida, se la veía agotada y al entrar en la casa, quizás por el cambio de temperatura, pero la realidad es que casi perdió el conocimiento.
Inmediatamente, el padre fue a buscar el coche, la recogió a toda prisa y la llevaron al hospital. Allí permaneció varios días mientras le hacían un sinfín de pruebas para detectar que le había podido pasar.
En una de esas muchas pruebas, los médicos detectaron que la niña padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, y entre otras afecciones, ocasionaría que la niña necesitase de asistencia constante, ya que se sentiría cada vez más débil.
Los días iban transcurriendo, y efectivamente a la niña cada vez le costaba más hacer cosas. Su padre renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de hija. Su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana el padre se encontraba al lado de su hija cuando ella le preguntó:
- ¿Voy a morir, no es cierto? ¡Te lo dijeron los médicos!
- No mi amor, no vas a morir. No creo que Dios permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo- respondió el padre.
- ¿Van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver?
- Bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte.
- ¿Al viento? - replicó ella - ¿Y cómo lo harías?
- No tengo la menor idea hija, solo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día por la tarde, llamaron a los padres desde el hospital, el asunto era más grave de lo esperado, su hija estaba muriendo, necesitaban un corazón pues el de ella no resistiría mucho tiempo más, la realidad es que los médicos no le daban más de un mes de vida a ese joven corazón.
¡Un corazón! ¿Dónde se consiguen corazones para niñas adolescentes que todavía no han empezado a vivir? ¿Lo venden acaso en las farmacias, en el supermercado, o en una de esas grandes tiendas que propagan por radio y televisión?, ¿o tal vez en una tienda de chinos que dicen que tienen de todo? ¡Un corazón! ¿Dónde?
Ese mismo mes, la ya no tan niña cumpliría sus quince años.
Y de repente, se obró el milagro, apenas una semana después, un viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, las cosas iban a cambiar, los médicos se pusieron manos a la obra, no había tiempo que perder, y el domingo por la tarde, la hija estuvo operada y todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total!
El padre se despidió de su hija antes de la operación, asegurándole que todo saldría bien, que pronto se recuperaría y estaría sana nuevamente para llevar una vida plena como tiene que ser para todo adolescente.
Tras la operación, el padre no había vuelto por el hospital y la hija lo comenzó a extrañar. Su madre tuvo que explicarle que ya que todo estaba bien, a partir de ese momento su papá era quien trabajaría para sostener la familia, y uno de los requisitos de su nuevo trabajo es que se tenía que incorporar en el puesto de forma inmediata en otra ciudad, donde para colmo las comunicaciones con el exterior eran casi nulas.
La niña permaneció en el hospital casi dos semanas más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron. Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su madre con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre, la cuál dice así:
"Hija, mi amor:
Al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no poder estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir sentí que yo también moriría contigo, y me preguntaba ¿qué podía hacer?..., después de tanto pensar y sentir mil cosas dentro de mi, decidí finalmente que la mejor manera de hacer algo por ti era darle respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez años y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás ha hecho, un regalo que seguro será para toda la vida. ¡¡¡Te regalo mi vida entera, sin condición alguna para que hagas con ella lo que creas que es mejor, sintiendo muchas cosas bellas y sabiendo que en el mundo lo más importante es que quieras vivir!!!, ¡Vive hija!
Te Quiero!!!!...
También quiero que sepas que hoy, mañana y siempre estaré a tu lado, siempre. Te Quiero y siempre Te Querré, porque eres lo más grande y hermoso que he tenido... siempre estaré contigo, siempre TE AMARÉ..."
La hija lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, cuando se encontró con fuerzas, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su padre, lloró como nadie lo ha hecho y susurró:
- Papi ahora puedo comprender cuanto me amabas, yo también te amo aunque nunca te lo dije. Por eso también comprendo la importancia de decir "TE QUIERO". Y te pido perdón por haber guardado silencio...
En ese instante las copas de los árboles se movieron suavemente y cayeron algunas flores. La niña sintió que un suave viento rozó su cara y una brisa fresca besó sus mejillas. Alzó la mirada al cielo sintiendo una paz inmensa y dio gracias con un brillo especial en sus ojos. Se levantó y caminó a casa con la alegría de saber que lleva en su corazón un regalo para toda la vida "el amor más grande del mundo"...
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