Dicen que en el Camino de Santiago se respira un halo especial, los que lo hemos realizado, en su totalidad o en parte, podemos confirmarlo, ciertamente en el transcurso del Camino de Santiago hay algo que lo hace especial, se respira una constante felicidad.
Esa sensación que se percibe tiene un motivo, cuentan que en uno de los muchos conventos que se encuentran en el camino vivía un abad que siempre mostraba una sonrisa a todo peregrino que por allí pasaba, mostrándoles en todo momento su alma caritativa.
No sólo era amable con los peregrinos, era amable con todas las personas que se relacionaba. Los monjes que vivían en aquel convento percibían en todo momento la forma de actuar del abad y se impregnaban de su aura.
En una ocasión, una noche de tormenta, junto con la lluvia se desataron truenos y rayos, y uno de esos rayos acabó con el pajar del convento. Destrozó el techo, incendiando parte del pajar, y todos los monjes junto al abad se afanaban en salvar a los animales y apagar el fuego. En este proceso uno de los monjes se percató que el abad hacía su labor con más ahinco y brío, animando a todos y siempre con una sonrisa en su cara. En tal situación de caos y estrés todos los que viesen al abad dirían que su cara mostraba felicidad, y su forma de actuar mucho ímpetu por solucionar el desastre generado por los agentes atmosféricos.
En pocos días la paz y tranquilidad llegó nuevamente al convento, el pajar restaurado, los animales al abrigo de un techo reparado y los peregrinos seguían visitando el convento, y el abad nunca perdía su sonrisa.
El monje que observaba al abad durante todo este tiempo, se dirigió al abad y le preguntó:
- Disculpe abad, le he estado observando estos días, y he apreciado que siempre, bajo el caos y en los momentos de recepción a los peregrinos, durante los momentos de oración, así como en las comidas, siempre denota felicidad, nunca se altera, no se enfada, al contrario, siempre nos está apoyando con palabras y acciones de motivación.
- Sí hijo, así procuro que sea -respondió el abad.
- Pero Abad, ¿cómo es eso posible? -preguntó el monje.
- Muy sencillo, todos los días al amanecer, lo primero que hago es abrir los ojos, desperezarme y poner los pies en el suelo. En ese momento recapacito el tiempo vivido y el día que viviré, y siempre me hago la misma pregunta, ¿cómo deseo disfrutar de este día?, ¿triste o feliz?
- ¡Y tiene respuesta a eso! -replicó el monje.
- Por supuesto -contestaba el Abad- Siempre que me hago esta pregunta día tras día, me contesto, hoy deseo disfrutar de este día ¡feliz!, y no voy a permitir que nada cambie mi decisión.
En realidad, no todos los peregrinos que visitaban este convento consiguieron finalizar el Camino de Santiago. Muchos encontraron la felicidad en medio del Camino y decidieron quedarse a vivir en él formando una familia. Otros encontraron allí la esencia del Camino, y optaron por deshacer el camino, y hay quienes llegaron a Santiago donde dicen que acaba el camino y allí relataron su experiencia para quienes quisieran compartirla. Lo cierto es que todos los que por el convento pasaron se impregnaron de esa felicidad, siendo transmisores de la misma a lo largo del Camino de Santiago, siendo esta la verdadera realidad de por qué quienes realizan el Camino de Santiago respiran esa esencia convirtiéndose en personas más felices.
Autor. Robert Mendoza
Muchas gracias por haber dedicado un cuento al Camino
ResponderEliminarFran Camino