Un arrogante pensador que oyó hablar de un sabio, y se dijo:
"No tendrá nada que enseñarme, pero tampoco pierdo nada por acudir a visitarle", así indagó la dirección donde vivía el sabio, concertó una visita y acudió el día y a la hora señalada a su casa.
En casa del sabio, ambos se sentaron en el salón. El erudito comenzó a hacer gala de sus saberes librescos, utilizando toda suerte de sentencias y explayándose sobre muy diferentes materias.
De repente, el sabio dijo:
- Un momento; ¿le apetece acompañar esta reunión con una taza de té?, permítame que traiga un poco de té, y acto seguido se levantó, ausentándose de la sala donde se encontraban por unos minutos.
Regresó con una bandeja sobre la que había dos tazas y la tetera.
- ¿Le importa si le sirvo?, preguntó el sabio.
Acto seguido comezó a echar té sobre la taza del invitado, poco a poco la taza se iba llenando, y, tras llenarla por completo, siguió echando té, que lógicamente se derramó por toda la mesa.
El invitado, malhumorado, exclamó:
-¡Pero es que no ve que no cabe más té!
El sabio repuso con serenidad:
- ¿Y usted no ve que con tanto conocimiento prestado no puede absorber ni aprender nada más?
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